En este post no voy a hablar ni sobre viajes en moto, ni sobre rutas ni siquiera sobre overlanders viajeros; en lugar de todo ello voy a intentar tratar un aspecto que encaja poco dentro del estereotipo asociado a los moteros; según el cual somos tipos rudos y sin modales, salvo cuando asistimos a eventos como la DGR 2015.
Este aspecto no es otro que el de los sentimientos. Porque sí, señoras y señores, los moteros tenemos sentimientos e incluso si me apuran yo me atrevería a decir que hasta valores 😛
Sentimientos
Cuando hablamos de sentimientos, muchos son los que nos vienen a la cabeza; el sentimiento de libertad que nos invade al escaparnos durante unas horas a lomos de nuestra moto; el de camaradería que nos hace sacar una mano para hacer una ‘V’ y saludar a aquellos con los que nos cruzamos; el de solidaridad que fácilmente aflora en nosotros cuando cuando se nos reclama en algún acto en el que nuestra presencia puede ayudar. Pero en este post, me centraré en el sentimiento que nos une a nuestras motos.
La compra de una moto, no es algo que se haga con la cabeza sino con el corazón.
Porque si fuera con la cabeza, quién invertiría el dinero ahorrado durante tanto tiempo en algo qué sabes qué pasarás frío en invierno y calor en verano, algo qué no podrás compartir con muchos de tus amigos actuales, qué no será más que un argumento constante para que alguien de tu familia saque aquella conversación recurrente sobre lo bien que irías en un coche, etc …
Una vez que tienes tu moto, sea cual sea, sin importar la marca, el modelo o la cilindrada; ese sentimiento de ‘amor’ del que hablaba, ya ha surgido. Y desde ese momento, las mimamos, las cuidamos, nos enorgullecemos de ellas y no habrá noche que en la que no te gires para echarla una última mirada antes de cerrar la puerta del garaje (cuando eso ya no pase, es un indicador claro de que el amor se ha roto).
¿Cuantos no se han girado para echar una última mirada a su moto, antes de cerrar la puerta del garaje?
Dentro de este sentimiento especial que nos une a una máquina, está el hecho de cómo nos referimos a ella cuando hablamos en tercera persona.
De forma genérica y a veces con independencia del tipo de moto, es relativamente habitual que un propietario se refiera a su moto como a su ‘cerda’ o a su ‘bicho’ o a su ‘burra‘.
Algunos otros van un poco más allá y le asignan un nombre más específico y personal, que tiene relación nuevamente con los sentimientos. Sentimientos que evocan sueños de aventura, de afecto o de recuerdo a una situación; en definitiva son a lo que me gusta denominar ‘motos con nombre y apellido’.
Motos con nombre y apellido
Muchos han sido los ejemplos de motos con ‘nombre y apellidos’ entre algunos de los viajeros más mediáticos que conozco.
Alicia Sornosa le puso el nombre de ‘Descubierta’ a aquella BMW F650GS y el de ‘Paca’ a una BMW F700GS con la que dio su vuelta al mundo. La R1200 GS de Teo Romera (aka MrHicks46) se llama “Lucía”. Miquel Silvestre ha bautizado a su última moto como ‘La gorda’ y Martín Solana tiene a ‘La Capitana’, una KTM Pure Adventure 2014.
Imagino que detrás de cada uno de esos nombres elegidos hay una historia, una motivación y sobre todo algo muy especial para cada uno de sus dueños.
Mi GSA se llama ‘Mariona’
Desde hace unos días, yo también soy uno de esos que tienen una moto con ‘nombre y apellido’. Esto es algo que tenía en mente desde bastante tiempo y para lo que he esperado hasta poder tener mi GSA.
‘Mariona’ es el seudónimo por el que conocemos en mi familia, a mi hermana pequeña. Era una niña preciosa, fuerte, de gran personalidad y carácter, a la cual la imprudencia de una conductora, rompió la vida hace casi 20 años. Recuerdo que a nuestra ‘Mariona’ la gustaba ir en moto y estoy seguro que de haber podido, me pediría montar conmigo y poder sentir la libertad de viajar.
Por eso, desde hace unos días ‘Mariona’ le da nombre y apellidos a mi moto, para que de cierta manera pueda viajar a donde nunca podrá hacerlo, para que su fuerza y su carácter siga acompañándome allá donde mi moto y yo podamos llegar.